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Obsolescencia programada y sus consecuencias para el medio ambiente

En las últimas décadas, cada vez más, hemos asumido que la vida útil de muchos de nuestros objetos es relativamente corta, debido a que con el paso del tiempo se deterioran o quedan obsoletos. En muchos casos además, ante una avería el fabricante directamente dice que no es rentable repararlo y nos dirige a comprar uno nuevo.

Pero la realidad es que este cese de funcionamiento forma parte de su diseño y, en muchos casos, se ha planificado cuidadosamente por estos fabricantes para forzarnos a adquirir nuevos productos.

Este círculo de compras y renovaciones genera inmensas cantidades de residuos, concretamente de basura tecnológica, y que solo en la Unión Europea producen 2.500 millones de toneladas al año. Una alternativa a este problema sería la economía circular, modelo de consumo que invita a reutilizar, reparar y reciclar los materiales y productos existentes siempre que tengamos posibilidad para aumentar su ciclo de vida. 

En nuestro artículo de hoy te contamos de qué trata el concepto de obsolescencia programada y las consecuencias que puede tener para el medio ambiente. 

¿Qué es la obsolescencia programada?

Este término hace referencia a la decisión consciente por parte del fabricante de un bien o producto para que este cuente con una vida útil delimitada de antemano y, que tras ese momento, pierda su calidad, funcionalidad y utilidad, forzando al consumidor a sustituirlo por uno nuevo. Así, los motivos comerciales impulsan y sostienen el fenómeno de la obsolescencia programada. 

Si hablamos de términos históricos, la bombilla supuso el primer caso registrado de obsolescencia programada: unos 30 años después de su invención, los fabricantes habían conseguido tal perfección en el diseño y confección de bombillas que podían llegar a funcionar durante casi 2.500 horas, pero lejos de considerar esto un éxito para la industria, la longevidad ponía en riesgo el modelo de negocio, ya que no había demanda suficiente que sostuviera los costes fijos para obtener la materia prima y pagar a los trabajadores. 

Por ello, los fabricantes decidieron acortar el tiempo de vida útil y, desde entonces, las bombillas se funden y necesitamos cambiarlas cada cierto tiempo. A los consumidores esto nos acarrea más gastos, pero además, el medio ambiente se resiente en mayor medida ya que son necesarios más recursos para su producción, disparando el volumen de residuos generados. 

Tipos de obsolescencia programada

Encontramos varios tipos de obsolescencia programada, pero los más populares son tres: la obsolescencia funcional, tecnológica y de diseño o psicológica. 

Respecto a la obsolescencia funcional, es la más común de todas y resulta fácilmente reconocible: aparece cuando el fallo del producto se origina a causa de que el fabricante lo diseñó para que dejara de funcionar a partir de un determinado momento. Un ejemplo serían las baterías de los teléfonos móviles, que al año de su adquisición suelen comenzar a dar problemas.

Por otro lado, el sistema operativo de los móviles podríamos relacionarlo más con la obsolescencia tecnológica, una modalidad de obsolescencia programada que consiste en la incorporación a los productos de tecnología desfasada que rápidamente queda obsoleta e inoperante. De esta manera es obligatorio para el usuario renovarlo, sin posibilidad de actualizar el aparato en cuestión, como puede pasar con ordenadores de mesa o portátiles. 

Por último, la obsolescencia de diseño o psicológica es la que influye directamente en la mente del consumidor, y que trata de una modalidad en la que un producto se vuelve obsoleto solo porque pasa de moda. El ejemplo que más lo simboliza está en el mundo de la ropa y lo textil, donde las marcas no cesan de lanzar al mercado nuevas colecciones y las tendencias duran cada vez menos tiempo.

La obsolescencia programada y el medio ambiente

Como ya hemos comentado, la consecuencia más inmediata de esta renovación constante de productos, que en muchos casos funcionan perfectamente pero solo han pasado de moda, es el aumento de la basura tecnológica. Esta acumulación de residuos, que además cuentan con una tasa de reciclaje aún insuficiente, se traduce en un deterioro del medio ambiente que, a su vez, impacta sobre el cambio climático. 

Por si fuera poco, los ciclos de fabricación son cada vez más cortos y consumen una mayor cantidad de materias primas, entre las que algunas son escasas y estratégicas, como el coltán, que nos permite reducir el tamaño de las baterías. Y el proceso de distribución de los productos también consume grandes cantidades de energía, además de aumentar la contaminación atmosférica.

Pero, ¿cómo luchar contra la obsolescencia programada?

El primer paso, y que comparte con la economía circular, es llevar a cabo un consumo más responsable, procurando todo lo posible reducir el nivel de residuos que nuestra actividad cotidiana genera. Así logramos una defensa y preservación exitosa del medio natural, además de apoyar conceptos nuevos como la “alargascencia” y, de esta manera, adoptar en el día a día patrones de consumo que alarguen la vida útil de nuestros productos o bienes. 

Junto a este consumo sostenible, es importante recordar que no se debe arrojar a la basura nada que podamos reutilizar o reparar, y así aumentar también su tiempo de vida. Y no podemos olvidarnos de la importancia del reciclaje, ya que prácticamente todos los elementos son susceptibles de ser reciclados. 

Pero no solo encontramos medidas individuales, ya que colectivamente la Unión Europea anunció en 2015 la introducción de un etiquetado que nos indique la duración del producto, movimiento que Francia ya ha convertido en ley. Mientras la plataforma europea Right to Repair aboga por el desarrollo de productos que duren más tiempo y por el derecho de los usuarios a repararlos y sustituir sus componentes dañados. Recientemente, Alemania también ha introducido una nueva ley por la que los teléfonos móviles deberán durar al menos siete años. 

Y por suerte cada vez más países y ciudadanos se unen para promover un modelo económico más sostenible.